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Robert Wilson y Paul Milgron reciben el premio Nobel de Economía por poner la teoría de subastas a trabajar

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Si buscan polémica, háganlo en las páginas de política o internacional de
los medios. El premio Nobel de Economía de este año es incontrovertible. Robert Wilson y Paul Milgrom (el orden se debe a que uno fue el mentor del otro) son
dos de los mejores economistas teóricos vivos. El galardón les ha sido
concedido por sus contribuciones a la teoría de subastas y el diseño de nuevos
formatos de subastas. Si estiran un poco e insisten en discutir el premio, podrían
objetar que hay otros grandes economistas que pueden reclamar ser pioneros de la
teoría de subastas, o que había otras contribuciones de Milgrom y Wilson que igualmente
hubieran merecido el reconocimiento. Pero la academia sueca acierta: el impacto
de ambos en la teoría de subastas es inmenso. Si acudimos al título de un libro
de Paul Milgrom, ellos pusieron la teoría de subastas a trabajar. Sus ideas nos
han permitido introducir competencia en el sistema eléctrico o asignar las
licencias de espectro de una forma eficiente, obteniendo además recursos para
el sector público y mejorando el bienestar de todos.

Wilson fue pionero en investigar las subastas de valor común. Las
subastas de arte que vemos en las películas son el ejemplo paradigmático de
subastas de valor privado.
Cada coleccionista valora el cuadro de forma diferente. Sin embargo, cuando subastamos
licencias de telecomunicaciones, campos petrolíferos o pensamos que los
coleccionistas pueden revender el cuadro, parece mejor asumir que, en gran
parte, los participantes comparten una valoración común y que, si difieren
entre sí, es por la incertidumbre sobre el valor del bien. En este contexto
aparece la “maldición del ganador”. El más optimista termina ganando la subasta,
pero perdiendo dinero, dado que el valor real de lo subastado estará más cerca
del valor medio de las estimaciones que de la más alta. Este fenómeno no es de
equilibrio, pero reduce los beneficios del subastador. Los agentes son
racionales; al pujar las compañías de telecomunicaciones se asesoran con
expertos, anticipan esta maldición y pujan menos cuanto mayor es su desventaja
informativa. Por eso, es óptimo para el subastador reducir al máximo la
incertidumbre sobre el valor del bien, no solo revelando información, sino también
permitiendo que los participantes agreguen su información durante la puja. En la
práctica esto significa apostar por formatos de subasta abiertos, donde los
participantes observan el comportamiento de los demás, aprenden y reducen su
incertidumbre. En un muy citado artículo, Milgrom (con R. Weber) generalizó
esta teoría para valoraciones interdependientes (con componentes privadas y
comunes), lo que describe bien muchas adjudicaciones reales: la incertidumbre
sobre la demanda afecta a todas las empresas que pujan por una licencia, pero
entre ellas existen diferencias de eficiencia.

Pero lo más importante de Wilson y Milgrom es que pusieron sus ideas a
trabajar y cambiaron nuestras vidas. En 1994, junto con otros economistas,
convencieron a los reguladores americanos para asignar el espectro
radioeléctrico[1] a través de una subasta
abierta con múltiples rondas. El problema era complejo, las valoraciones eran
interdependientes y además había complementariedades geográficas entre las
licencias. Sin embargo, la subasta fue un éxito, se recaudaron más de 20.000
millones de dólares y —lo más importante— los estudios posteriores demostraron
que la asignación del espectro fue razonablemente eficiente. Mucho mejor que
con los medios utilizados con anterioridad (concursos y loterías). Había
comenzado la época dorada del diseño de subastas.


[1] Un análisis sobre la teoría de subastas, las técnicas para el diseño óptimo
de mecanismos de adjudicación y el uso de la teoria en la asignación del
espectro radioeléctrico en España puede encontrarse en
este artículo
.

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