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La empobrecedora inflación de subvenciones

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El encadenamiento de calamidades de estos últimos años —pandemia, crisis energética, conflictos geopolíticos con una pugna feroz por el liderazgo mundial como tela de fondo— no solo explica el debilitamiento a corto plazo de las economías europeas. También marca una ruptura duradera de la política económica europea, con importantes implicaciones para España. Hasta hace poco, la estrategia se basaba en el libre comercio dentro y fuera de la Unión Europea. Es decir, cada país debía esforzarse por ganar competitividad mediante reformas pro productividad y estímulos a la inversión productiva y en capital humano. Y no subvencionando su aparato productivo. La OMC estaba ahí para prevenir distorsiones a ese dogma entre bloques comerciales, y la Comisión Europea hacía lo propio en el seno de la UE.    

Ante la magnitud de los desafíos y la marginalización progresiva del multilateralismo, el mantra del libre comercio, con sus más y sus menos, está dejando paso a una inflación de subsidios especialmente perjudicial para los países, como el nuestro, con un estrecho espacio fiscal. El caso de las ayudas de Estado es particularmente significativo. En principio los Estados miembros tienen prohibido subvencionar a sus empresas, ya que se considera que son una distorsión al mercado único europeo. Existen excepciones a esta regla, como cuando los subsidios son temporales y de interés general para la UE, caso de la crisis sanitaria. Pero las excepciones se han ido multiplicando tras la guerra en Ucrania, la crisis energética y el giro proteccionista de otros bloques comerciales. Desde marzo, las ayudas se pueden justificar con el objetivo de descarbonización industrial y de inversión en energías renovables, pudiendo extenderse hasta finales de 2025, algo que pone fin a la idea de transitoriedad. Asimismo, las ayudas pueden invocarse, y prolongarse durante dos años, cuando existe un riesgo de deslocalización, en alusión a las ayudas masivas del llamado Inflation Reduction Act de EE UU .

La consecuencia es que
estamos asistiendo a un aumento exponencial de las medidas de apoyo a los
sectores más vulnerables o a los que se consideran como estratégicos. La
Comisión aprobó en 2022 ayudas por un total cercano a 672.000 millones de
euros, equivalente al 4,2% del PIB de la UE. Además, las ayudas se reparten de
manera desigual: más de la mitad corresponden a Alemania, un país que dispone
de recursos presupuestarios para proteger su tejido productivo. Otros, como
España, no pueden permitírselo por la situación de la hacienda pública.
Nuestras ayudas alcanzan apenas al 2,5% del total.  


La dilución del apoyo, y su asimetría entre países, tiene un doble inconveniente. En primer lugar, se distorsiona la competencia a favor de los países con más recursos. La prórroga de las excepciones europeas hasta finales de 2025 contradice el principio de transitoriedad de los subsidios. En segundo lugar, las medidas se dispersan entre sectores y empresas, con el resultado de reducir el impacto para el conjunto de la UE. Véase como ilustración el caso de la competencia entre Estados miembros para atraer industrias de semiconductores y de vehículos eléctricos.

En declaraciones recientes, algunos
responsables comunitarios han alertado de estos riesgos. Ahora bien, una vuelta
pura y simple a la ortodoxia anterior a la pandemia no parece viable en el
actual entorno internacional, y nos abocaría a la dependencia tecnológica en
áreas estratégicas. La solución pasa probablemente por un esfuerzo común, en
torno a objetivos transversales como las transiciones digital y verde, huyendo
de apoyos a empresas específicas o “campeones nacionales”. Una especie de Next Generation pilotado en común. Sin
duda se trata de una tarea compleja, que conlleva un mayor protagonismo de la
UE. Pero, para que Europa pueda seguir aspirando a mejorar sus cotas de
bienestar en un entorno global disruptivo, la constitución de un pilar
industrial común es más eficaz que el actual sálvese quien pueda.   

AFILIACIÓN | El mercado laboral se resiente de la desaceleración de la economía, pero aguanta. Pese a un entorno cada vez más hostil, la afiliación se incrementó en algo más de 5.000 personas en términos desestacionalizados. El paro registrado aumentó, pero menos de lo que es habitual para esta época del año. Entre los cambios estructurales, además del mayor protagonismo de las fórmulas estables de contratación, destaca el dinamismo del empleo de extranjeros: más del 30% del incremento de la afiliación desde el inicio del año proviene de este colectivo.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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La crisis bancaria es secundaria para la Fed: los tipos en máximos desde 2007

La Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) vive uno de sus momentos más difíciles de los últimos años. En su batalla por frenar la inflación, la organización que preside Jerome Powell ha tomado una medida de gran impacto, elevar los tipos de interés otros 0,25 puntos porcentuales.

La crisis financiera que vive el país ante la caída del Silicon Valley Bank, Signature Bank y Silvergate en solo 48 horas, no ha frenado la toma de decisiones y corona un año de subidas en los tipos.

Momentos de incertidumbre

El panorama que se registra, marcado por la incertidumbre y la siembra de dudas, no ayuda en estos momentos a un sistema económico que se ha visto tocado en los últimos días.

La Reserva Federal podría haber optado por detener la subida de los tipos de interés, sin embargo esta decisión podría haber complicado más la situación y es que el objetivo es demostrar que la situación bancaria está controlada, el fuerte compromiso frente a la inflación hasta rebajarla a una tasa del 2% y alcanzar el máximo nivel de empleo.

La subida llevada a cabo por la Fed en el precio del dinero, que lo sitúa ya entre el 4,75% y el 5%, niveles que no se veía desde el año 2007, puede agravar las tensiones dentro del sistema financiero estadounidense. No obstante, podría haber sido mucho más complicado y es que, los analistas del Bank of America situaron el precio del dinero en Estados Unidos en una franja entre el 5,25% y el 5,5%.

La Reserva Federal ya aumentó los tipos en marzo de 2022 por vez primera, en 0,25 puntos, desde 2018 y posteriormente en mayo hicieron otra subida de 0,5 puntos tras la que llegaron cuatro nuevas subidas de 0,75 puntos en los meses de junio, julio, septiembre y noviembre. En el mes de febrero se produjo otra subida de unos 0,25 puntos, un hecho que hizo que el precio del dinero se situara ya oscilando entre el 4,5% y el 4,75%.

Desde marzo de 2022 el Banco Central de Estados Unidos viene realizando subidas considerables, situándose ahora en un incremento total de las tasas de referencia de 475 puntos básicos. Desde la Fed se insiste en que esta subida del precio del dinero puede ser apropiada para lograr así niveles restrictivos que consigan que la inflación regrese al ansiado 2%.

Con este hecho, las voces desde la Fed no se han hecho de rogar y ya han tratado de tranquilizar a la población mediante un comunicado en el que afirma que “el sistema bancario estadounidense es sólido y resistente".

Además advierten que "es probable que los recientes acontecimientos den lugar a un endurecimiento de las condiciones crediticias para los hogares y las empresas y afecten a la actividad económica, la contratación y la inflación. Pero el alcance de estos efectos es incierto”.

Los principales responsables económicos, Janet Yellen, Secretario del Tesoro, y Jerome Powell, han tratado de hacer llegar un mensaje de calma asegurando que la situación que atraviesa el país no desembocará en una crisis financiera.

Tal es así que desde la Fed, se ha comunicado que se pondrá a disposición de los bancos estadounidenses los fondos adicionales para garantizar que éstos tengan capacidad de satisfacer las necesidades de todos sus clientes.

El IPC y el PCE

En vistas generales, la Fed ha seguido en línea con la política económica que venía desarrollando en los últimos meses, y es que ya en el pasado mes de febrero los tipos de interés se elevaron en 25 puntos.

La subida de precios en Estados Unidos parecía entonces controlada, y es que el índice de precios al consumo (IPC) se había situado en el 6% en su tasa interanual, lo que suponía cuatro decimas menos que en enero, un dato que representaba la tasa más baja desde septiembre de 2021. Por su parte, en relación con la tasa interanual subyacente, ésta se vio reducida en febrero, pasando del 5,6% de enero al 5,5%, siendo también la más baja desde diciembre de 2021.

No obstante, el índice de precios de gasto de consumo personal de Estados Unidos (PCE) con la que la Fed evalúa los índices de la inflación, si presentó una subida de una décima respecto al mes de enero, situándose la tasa general en un 5,4% y la subyacente en un 4,7%.

Según las estimaciones de cara al futuro, parece que la inflación continuará subiendo. Todo apunta a que se situará en un 3,6%, un dato que supone una décima más de lo que estaba previsto.

Para 2024 se prevé una moderación, colocándose en un 2,6% y para 2025 se alcanzará la ansiada cifra del 2%. En relación al PIB, la Fed confía en la desaceleración y vaticina un crecimiento del 0,4% y en cuanto al tema laboral, se prevé una tasa de desempleo del 4,5%.

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La crisis de Credit Suisse viene de lejos: ha perdido más del 70% pero la culpa es de sus gestores, no de SVB

La preocupación ha aumentado en las acciones bancarias globales debido, inicialmente, al colapso del Silicon Valley Bank (SVB) de California. Pero ahora las dudas sobre la estabilidad recaen en Credit Suisse.

La caída del precio de las acciones de Credit Suisse en más del 30% el miércoles a un mínimo histórico de alrededor de 1,56 francos suizos por acción, se produjo después de que su principal accionista, el Banco Nacional Saudita, descartara proporcionar nueva financiación debido a las regulaciones que limitan su participación.

Aunque el presidente saudí dijo que Credit Suisse era un banco sólido y que es poco probable que necesite más efectivo, sus comentarios sobre el límite de financiación preocuparon a los inversores.

El temor sobre las posibles debilidades en el sector bancario global se ha agravado y la preocupación por los problemas continuos en el prestamista suizo ha aumentado. Credit Suisse es mucho más grande que SVB y se considera sistémicamente importante para el sistema financiero mundial.

El día de ayer, el Banco Nacional Suizo se involucró en la situación. Credit Suisse comunicó su intención de solicitar el Servicio de Préstamos Cubiertos del SNB, así como un servicio de liquidez a corto plazo que alcanzaría un total aproximado de 50.000 millones de francos suizos. Esta inyección de liquidez adicional estaría destinada a respaldar a los principales negocios y clientes de Credit Suisse. Tras el anunció las acciones remontaron posiciones y, ayer, las acciones subieron un 19,15% hasta los 2,02 francos suizos.

Una trayectoria marcada por tropiezos

El banco suizo ha estado envuelto en varios escándalos en los últimos años. Algunos de los más notorios son los siguientes por una gestión deficiente:

Escándalo de espionaje: En 2019, se descubrió que Credit Suisse había contratado a detectives privados para espiar a un ejecutivo de la empresa que había sido contratado por su competidor, UBS. El banco despidió a dos ejecutivos de alto nivel y se disculpó por su comportamiento.

Fraude de Archegos: En marzo de 2021, Credit Suisse sufrió pérdidas multimillonarias debido a su exposición al fondo de inversión de Archegos Capital Management. El banco no pudo vender rápidamente las acciones de Archegos cuando su valor comenzó a caer, lo que resultó en pérdidas de más de 4.700 millones de dólares.

Escándalo de Greensill: En abril de 2021, Credit Suisse suspendió los fondos de inversión que habían invertido en préstamos de la compañía financiera Greensill Capital, que más tarde se declaró en quiebra. Los fondos estaban valorados en 10.000 millones de dólares y muchos inversores sufrieron pérdidas significativas.

Lavado de dinero: En septiembre de 2021, el banco admitió haber incumplido con las regulaciones de lavado de dinero en relación con sus servicios de corretaje de valores y cambió su liderazgo de gestión.

A raíz de ello, Credit Suisse ha enfrentado múltiples escándalos en los últimos años que han afectado su reputación y han resultado en pérdidas significativas para sus clientes e inversores que han lastrado la confianza del banco.

Una cotización hundida

En todo este tiempo la cotización del valor ha evolucionado de capa caída...

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La cotización de Credit Suisse ha experimentado altibajos en los últimos años. En el período de 2018 a 2019, la acción de Credit Suisse tuvo una tendencia a la baja, con un precio de alrededor de 11 a 12 francos suizos por acción en mayo de 2018, y cayendo a un mínimo de alrededor de 8 francos suizos por acción en diciembre de 2018. A partir de ahí, la acción comenzó a recuperarse, alcanzando un pico en julio de 2019 de alrededor de 14 francos suizos por acción.

En 2020, la cotización de Credit Suisse se vio afectada negativamente por la pandemia de COVID-19 y la incertidumbre económica global. En marzo de 2020, la acción cayó a un mínimo de alrededor de 6 francos suizos por acción, antes de recuperarse gradualmente en los meses siguientes. En octubre de 2020, la acción alcanzó un máximo de alrededor de 11 francos suizos por acción antes de volver a caer a alrededor de 9 francos suizos por acción en diciembre de 2020.

En el primer semestre de 2021, la cotización de Credit Suisse se mantuvo relativamente estable en torno a los 10 francos suizos por acción, pero sufrió un fuerte descenso a finales de junio y principios de julio de 2021 debido a los problemas del fondo de cobertura Archegos Capital Management, que tuvo una gran exposición en el banco. En julio de 2021, la acción de Credit Suisse cayó a un mínimo de alrededor de 7 francos suizos por acción antes de recuperarse gradualmente en los meses siguientes.

Y en 2022 fue a peor. A pesar del entorno de subida de tipos de interés que tiende a favorecer al negocio bancario, las acciones del banco suizo se hundieron casi un 70% pasando de los 9 francos suizos a los 3 francos suizos.

Las razones para semejante hundimiento vienen porque reportó, al finalizar el año 2022, una pérdida neta de 7.293 millones de francos suizos (equivalentes a 7.381 millones de euros), lo que representa un aumento de más de cuatro veces en comparación con los números rojos de 1.650 millones de francos (equivalentes a 1.670 millones de euros) registrados el año anterior. Este resultado representa el peor desempeño financiero del banco suizo desde la crisis financiera del año 2008.

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Cómo prepararte para la crisis que viene este otoño

El otoño de 2022 será incierto en lo económico. La inflación ronda el 10%, el desempleo empezó a repuntar en julio y en Europa con una guerra en el patio trasero y la destrucción del gasoducto hace que Alemania no vaya a tener muy claro si va a poder tener el gas y electricidad suficiente para pasar el invierno.

Es posible prepararse para años de vacas flacas. Requiere hacer unos cambios, pero se puede superar. Esta publicación empezó en 2005, poco después de la explosión de la burbuja puntocom, y hemos visto la explosión de la burbuja inmobiliaria, la crisis de deuda soberana de comienzo de los 2010, la crisis de la pandemia, así que sabemos un poco de crisis y de qué se puede hacer para pasar por ellas mucho mejor.

Otoño de 2022, un cúmulo de malas noticias

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2022 es un año de crisis energética, probablemente equivalente a la de 1973. La diferencia es que si entonces el problema estaba asociado al petróleo en EEUU y otros países occidentales, esta lo está al gas natural en Europa. Durante los últimos años Europa y especialmente Alemania lleva funcionando con el abundante y barato gas ruso que se transmitía por gasoductos. Tras la invasión de territorios ucranianos por parte de la Federación Rusa en 2022, se establecieron sanciones por parte de los países occidentales que no incluían el gas del que dependía la economía alemana. No obstante Rusia optó por dejar de enviar gas a través del gasoducto Nordstream, el principal conducto que unía directamente la economía alemana con los campos de gas rusos.

Esta semana hemos visto como unas explosiones atribuidas a una maniobra rusa han destruido el gasoducto Nordstream 1 y el 2 (que nunca se llegó a poner en marcha), eliminando cualquier esperanza de que vuelva a haber un flujo de gas abundante entre Rusia y Europa. Estados Unidos se encuentra en recesión, según Allianz se está desmoronando su mercado inmobiliario. Francia y Alemania apenas salvan los muebles de la economía.

A esto debemos añadir que España no ha salido de la crisis provocada por la pandemia del coronavirus (todavía presenta valores económicos inferiores) y que el incremento de precios junto a los muchos desafíos del mundo, están provocando que este otoño va a ser bastante duro, económicamente hablando. Si se espera que a largo plazo la situación no vaya a ser tan mala como se hubiera pensado hace unos meses, o eso opina el banco de inversión Goldman Sachs. Europa ha encontrado proveedores alternativos de gas, está usando plantas de regasificación de gas natural licuado flotantes y aunque este invierno es muy probable que haya restricciones, a medio y largo plazo la situación debería revertirse.

Como prepararse ante la crisis que viene

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Dejando claro en la sección anterior que es muy probable que tengamos una crisis, ¿qué podemos hacer individualmente?

  • Alargar la vida de todo lo que tenemos, ya sea ropa, muebles, electrodomésticos, vehículos… Tenemos que reducir el gasto dentro de lo posible. Reparar antes que reemplazar mientras que salga a cuenta.

  • Si no queremos hacer recortes, como mínimo es importante que sepamos cuales son nuestros gastos y por dónde empezar a recortar si vienen mal dadas.

  • Cuidar nuestra salud. Adelgacemos si nos hace falta, hagamos ejercicio. Dejemos de fumar y reduzcamos el alcohol que consumimos. No por los gastos médicos, sino por lo que dejamos de ganar cuando lo estamos.

  • Si tenemos que hacer un cambio en un electrodoméstico o vehículo, fijarnos especialmente en el consumo. No sabemos lo que va a subir el precio de la electricidad, el gas o los carburantes en los próximos meses y cuánto durará esta subida. La eficiencia energética tiene que ser nuestro principal objetivo.

  • Intentar incrementar los ingresos o encontrar alternativas a los mismos. Actualizar nuestras habilidades profesionales con las que nos ganamos la vida, la seguridad no está en tener un empleo, sino en poder conseguir otro rápidamente.

  • Desendeudarnos dentro de lo posible, y siempre que se puedan pasar nuestras deudas a tipo de interés fijo, típicamente las hipotecas. Ya hemos hablado de cómo se puede mejorar en caso de que volvamos a tipos negativos.

  • Tengamos un fondo de emergencia. Ya conocemos la ley de Murphy: la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla, si algo puede salir mal saldrá mal. Estemos preparados para ello. Con las subidas de tipos de interés los bancos vuelven a remunerar cuentas corrientes, todavía por debajo de la inflación, eso sí.

  • Si nos mudamos, tengamos más en cuenta la conexión mediante transporte público, o mejor todavía andando si se puede. También la energía que va a consumir esa vivienda para tenerla a una temperatura aceptable en los meses más extremos del año.

  • Si estamos eligiendo entre varios trabajos, ¿cuál es más seguro? ¿Cuál nos puede permitir mejor sobrevivir en una crisis energética?

  • Respecto a nuestras inversiones, no olvidemos que la volatilidad va a ser mayor y nos va a añadir estrés, por lo que puede que nos interesen inversiones menos rentables pero más seguras. No obstante, en parte a esto estamos llegando tarde.

Pregunta a los lectores ¿qué más recomiendan para prepararse para esta crisis energética?

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Una crisis alimentaria mundial viene, y no es sólo por la guerra en Ucrania

Esta mañana probablemente has desayunado unas tostadas de trigo, o tal vez unos huevos fritos en aceite de girasol de gallinas alimentadas con soja. Es posible que vayas a comer un arroz con la familia el domingo y de postre una tarta de chocolate que entre sus ingredientes tiene aceite de palma. Bien, nos encontramos en un momento en el que el suministro de comida puede que se vuelva complicado en los próximos meses.

Sabemos que la guerra de ucrania ha llevado a una escasez del aceite de girasol, el favorito de países como Reino Unido o Alemania y bastante popular también en España. También sabemos que hay países preocupados por este conflicto como Egipto, que importa el 80% de sus necesidades de trigo de Ucrania y Rusia (paradójico que en la época del Imperio Romano Egipto era la potencia agrícola). También sabemos que existe un problema ya que buena parte del trigo que se envía como ayuda humanitaria por parte de las Naciones unidas a países como Sudan del Sur, es proveniente de Ucrania.

Es decir, si sólo la guerra europea hubiera supuesto problemas en la cadena alimentaria global, ya habría suficiente contexto para un problema alimenticio mundial, pero lo cierto es que existen más problemas en el mundo en las cadenas de alimentación globales.

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Empecemos por la sequía en el sur de América (que no en Sudamérica). Brasil, Argentina y Paraguay suponen el 50% de la producción mundial de habas de soja. Estos tres países son la potencia mundial de la soja, que es usada en todo el mundo para prácticamente todo, muchas veces también como pienso de alimentación animal o incluso biodiesel, por lo que afecta también a aquellos que no comen Tofu. Respecto a la de 2021, la producción brasileña ha disminuido un 7%, la argentina un 9% y la paraguaya un 37%.

Al norte del continente otra zona agrícola también está sufriendo una sequía. La exportación canadiense de Canola ha disminuido un 71% en las siete primeras semanas, forzando a importadores como México y Japón a pagar más. Se estima que la exportación este año bajará un 38% y los futuros sobre este producto agrícola se han disparado. Además tampoco está muy disponible el aceite de colza ucraniano. Tampoco es el único aceite que sube de precio. Al mencionado aceite de girasol se une el problema del aceite de palma.

El odiado aceite de palma es parte de la alimentación, pero también de la energía. En 2003 la UE fijó un objetivo de que el 5,75% del gasoil fuera biodiesel (de origen vegetal) que en 2009 se subió a un 10% para 2020. ¿De dónde se obtiene el biodesel? Principalmente de aceites vegetales, tales como el de girasol o el de palma. El apetito por el biodiesel importado por parte de la UE ha hecho que en Indonesia se lancen a exportar este producto. No paran de surgir proyectos de biodiesel en este país. El 90% del aceite de palma se produce en el sudéste asiático, y el mayor productor es Indonesia. Por otro lado el aceite de palma es muy popular en EEUU como producto para alimentación y cosméticos, ya que tiene un bajo precio comparado con otros aceites como el de soja o el de colza. El precio de este aceite no para de subir, y es un problema.

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La presión medioambiental ha hecho que al desaparecer bosques tropicales y su entorno para orangutanes y tigres, ha incrementado la demanda sobre sistemas de certificación medioambiental, aunque no siempre se consigue que el aceite de palma venga de fuentes sostenibles.

Mientras, el aceite de palma sigue siendo el aceite más barato del mundo, y aunque en los países ricos tengamos la capacidad de pasarnos a opciones más caras, en muchos países la desaparición del aceite de palma pasa a ser un problema. Combinemos esto con la escasez de trigo que puede suponer la invasión de Ucrania, las sequías en América y claramente podemos tener un serio problema de alimentación mundial. El Banco Mundial predice ya subiddas de precios en la comida.

En los años 80 hubo una serie de actuaciones y colaboraciones musicales que han quedado como banda sonora durante varios años, como la Band Aid (feed the world), Live Aid o USA for Africa (we are the world we are the children) mediante las que se pretendieron captar fondos para paliar hambrunas en África. Espero que se tomen las medidas adecuadas para que no nos veamos en esta situación. Sobre todo porque dentro de poco nos veremos con que la subida de los precios de los alimentos puede desestabilizar países enteros.

Pregunta a los lectores ¿qué se puede hacer para bajar el precio de los alimentos?

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Condiciones para una desescalada de la inflación

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Según las previsiones de algunos de los más prestigiosos think tanks, la economía española tiene la capacidad de absorber la crisis energética y de suministros: su crecimiento sufrirá un recorte severo, especialmente en los próximos meses, pero sin caer en la tan temida estanflación y retomando impulso en el próximo ejercicio. El rebote del turismo, el colchón de ahorro generado por la pandemia, y el plus de inversión aportado por los fondos europeos figuran entre los principales focos de resistencia.

Todas estas previsiones, sin embargo, están sujetas a una conjetura: que la inflación emprenda una rápida desescalada, de modo que la virulencia de los precios energéticos tenga efectos transitorios y no perjudique el grueso del tejido productivo. Según el Banco de España, el IPC pasaría del 7,5% este año al 2% el que viene, mimetizando el objetivo del BCE. 

Ojalá se cumpla este vaticinio, porque sin duda es el mejor de los escenarios ante un shock energético de gran magnitud, que entraña múltiples riesgos. El más conocido, como lo señalan los expertos monetarios, es la amenaza de una espiral de precios y de salarios que se cierne sobre nuestra economía. Cada uno de los sectores intenta recuperar la erosión de capacidad de compra generada por la inflación. La remuneración media por asalariado, que ya se redujo un 3,6% en términos reales en 2021, podría sufrir un recorte adicional superior al 4% este año. Y los sectores industriales no energéticos han tenido que comprimir sus márgenes, lo que les aboca a incrementar sus precios. Es un hecho que el IPC descontando la energía y los alimentos frescos se incrementa ya a tasas próximas al 3,5%.   


La mecánica de las expectativas de inflación es un riesgo aún más potente: según el Banco de Pagos Internacionales (que agrupa a la mayoría de bancos centrales del mundo), el alza de los precios está superando el umbral a partir del cual los consumidores y las empresas perciben un riesgo elevado de pérdida de poder adquisitivo. Estaríamos por tanto dejando atrás la era de la gran moderación, caracterizada por una relativa despreocupación social en relación a la inflación. Ahora cualquier incremento parcial de precios se percibe como una señal de espiral generalizada, y por tanto nutre las expectativas alcistas. El organismo internacional detecta esta mecánica en EE UU. 

Sin duda es prematuro concluir que las expectativas se han desanclado también en Europa. Pero el riesgo es que andemos ese mismo camino, algo que tendría consecuencias para las personas en situación de vulnerabilidad como para las empresas más afectadas por la crisis energética y que se exponen a riesgos financieros y de morosidad.  

En este contexto, es comprensible que la política monetaria intente anclar las expectativas, abriéndose a incrementos de tipos de interés. Es crucial sin embargo que ese ajuste sea gradual y que tenga en cuenta el riesgo de deterioro coyuntural que provocaría una intensificación del conflicto bélico, o un parón en los flujos de financiación de economías endeudadas como la nuestra. El rendimiento del bono público a 10 años ya supera el 1,7%. 

Pero el arma monetaria no basta. También es importante una política fiscal que actúe de manera quirúrgica, aunque potente, para contener la amenaza de desgarro del aparato productivo y compensar los hogares con bajos niveles de renta (a la inversa, la subvención al consumo de hidrocarburos, además de entrañar un alto coste presupuestario, no es susceptible de calmar las expectativas de inflación, ni de contener las desigualdades económicas y sociales). El anuncio de un tope al precio al gas que entra en el mercado eléctrico es otra medida que, a falta de más detalles, permitiría iniciar una desescalada de la inflación. Todo ello condiciona la eventualidad de un acuerdo de rentas, haciendo más verosímil el pronóstico de una recuperación sin inflación. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Economía de resistencia

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La espiral de costes de producción y de precios al consumo, junto con las disrupciones en las cadenas de suministros generadas por la multiplicación de paros en el transporte y otros sectores clave, han acrecentado los riesgos de manera alarmante. Sin embargo, diversos indicadores evidencian una importante capacidad de resistencia da la economía española, de modo que la estanflación no es el escenario más probable —a condición de que se maneje la situación con audacia—. 

La capacidad de compra está muy mermada por la inflación, algo que en tiempos normales hubiera conducido inexorablemente a un desplome del consumo, de los mercados de exportación y del turismo (los consumidores de otros países también se enfrentan a una reducción de sus ingresos en términos reales). Sin embargo, la economía dispone de un importante amortiguador: el sobreahorro acumulado durante la pandemia. Esta bolsa de gasto latente se desinfla por causa del alza de los precios (se estima que el valor real de los depósitos bancarios de los españoles se ha reducido en cerca de 20.000 millones de euros como consecuencia de la inflación). Pero su volumen sigue siendo elevado permitiendo a los hogares sufragar una parte de sus compras de bienes y servicios. Prueba de ello, el ascenso del gasto con tarjetas, inalterable incluso después de la invasión de Ucrania –si bien los retrasos en el aprovisionamiento son ahora un escollo. El turismo extranjero da buenas sensaciones, con un incremento de las pernoctaciones desde el inicio de año, mientras que las reservas hoteleras para la temporada de verano alcanzan cotas que se aproximan a la era pre-covid.    

La contención de los salarios y de los precios no energéticos es otro amortiguador de la crisis en ciernes, ya que distribuye el shock energético y evita una espiral inflacionista que abocaría a un fuerte deterioro de la competitividad. Gracias a ello, el dinamismo de las exportaciones se mantiene como uno de los principales activos de nuestro tejido empresarial. Los resultados registrados en el pasado ejercicio parecen prolongarse en el presente, con un alza de los salarios pactados hasta febrero del 2,3%, y un núcleo central de precios en el 3%. En paralelo, las ventas en el exterior siguen cosechando nuevos records, aunque bajo la amenaza de los cuellos de botella. 

Por otra parte, parece que la ejecución de los fondos europeos está mejorando. Las convocatorias en el cierre del año totalizan cerca de 9.000 millones —el doble que en el otoño—. Y los PERTE empiezan a configurarse: los del vehículo eléctrico, energías renovales e industria agroalimentaria son relevantes de cara a la necesidad de transformar el modelo productivo. 

Todo ello debería garantizar un crecimiento positivo para el resto de 2022, aunque menor que el 5,6% anticipado antes del conflicto en Ucrania. Pero esto solo ocurrirá bajo dos supuestos. En primer lugar, que se mantengan los precios energéticos en sus niveles actuales, algo que supone que las exportaciones de gas ruso no se interrumpan por completo. Si este fuera el caso, la economía centroeuropea podría entrar en recesión, y nuestra inflación se desbocaría aún más, debilitando los puntos de resistencia. 

En segundo lugar, la política económica se enfrenta a la difícil tarea de evitar el cierre de negocios a raíz del encarecimiento de la electricidad y de los hidrocarburos, y a la vez preparar el cambio de modelo energético. Urge aligerar el impacto inmediato del shock, como en Francia, Italia y, con retraso, en España: se trata de evitar un desgarro del tejido productivo y no echar a perder el potencial de recuperación. Pero también son imperiosas reformas con miradas largas, para corregir ineficiencias en los mercados energéticos y no quedarse atrás en un ajuste del modelo energético que es ineludible. Unas reformas que además tendrían la virtud de limitar el coste presupuestario del plan de urgencia.  

PIB | La economía creció un 5,1% en 2021, una décima más de lo avanzado en enero por el INE. Destaca el tirón del consumo privado y de la inversión en el cuarto trimestre, compensando la caída del consumo público (un retroceso que no se había registrado en los últimos seis años). La demanda externa también tuvo un buen comportamiento, impulsada por las exportaciones tanto de bienes como de servicios turísticos y no turísticos. Todos los sectores avanzaron en el cierre del año, sin alcanzar todavía los niveles anteriores a la pandemia, especialmente en la construcción.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Los problemas crecen

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Aunque en enero estábamos en plena incidencia de la variante ómicron y la inflación ya presionaba, los pronósticos para la economía en 2022 eran, en general, bastante optimistas. Mucho más de lo que lo son hoy, con una guerra en Ucrania de consecuencias imprevisibles, una inflación que no para de crecer y con una pandemia que aún deja su triste huella. Como en China, que tiene confinada a decenas de millones de personas en ciudades industriales relevantes. Esta confluencia de dificultades ha encarecido brutalmente los combustibles y la electricidad. En paralelo, ha cortocircuitado las cadenas de suministro a escala global, con dificultades particulares en Europa.

Esa multiplicación de obstáculos va esparciéndose como una mancha de aceite. El encarecimiento de la energía y la falta de suministros se han convertido en un quebradero de cabeza para transportistas y sectores como la agricultura y la pesca, que dependen de un coste asumible de la energía. Serias dificultades que afectan a producciones básicas y generan tensión social. Aunque las cuentas públicas salen debilitadas de la pandemia, es probable que sea necesario hacer esfuerzos (fiscales) adicionales para superar la segunda crisis en dos años, la tercera en algo más de una década. Todos estamos agotados. Las finanzas del sector público no paran de recibir golpes, pero es peor no hacer suficiente. En la crisis de 2008, se tardó años en actuar. En la pandemia, se reaccionó rápidamente.

En la crisis actual, con la agudización de los problemas en pocas semanas, una respuesta gradual no será suficiente. Una parte significativa del sistema productivo puede quedarse paralizada súbitamente. Ya sucede en algunos casos. Con efectos en cadena si las decisiones son insuficientes. Conviene plantearse medidas contundentes, poner más carne en el asador por parte de las administraciones implicadas y así parar la espiral de estrés en la que se ha embarcado la economía española. Eso sí, nada ayudan las profecías catastrofistas que solamente generan más presión social.

Parece que se apuesta por esperar a mandatos de la Unión Europea, que se reúne esta semana. Tienen la ventaja de poder contar con medidas que sean verdaderos game changers porque permitan acometerse con mayor comodidad fiscal o con cambios en los mecanismos de precios —electricidad— avalados por las autoridades comunitarias. Sin embargo, hasta que se materialicen esas decisiones —si así ocurriera—, las propuestas deben ayudar a disminuir la tensión. Bajar impuestos —como el IVA, que al final pagan los consumidores, no los productores— tiene poca efectividad.

A corto plazo, parecen necesarias adicionalmente ayudas fiscales específicas que compensen a los sectores más impactados —transporte, agricultura y pesca, entre otros— ya que, de otro modo, no podrán enjugar sus pérdidas. Se trabaja en ello, aunque hay urgencia para que lleguen de modo inmediato y no en unas semanas. El dinero en metálico puede ayudar a reducir la tensión, como ha ocurrido en otros países. Y eso sí, a medio plazo, tras un exhaustivo debate, la UE debe reformar determinadas políticas transversales —agricultura y pesca, energía— con un doble objetivo: reducir la dependencia exterior de los suministros y proteger mejor las rentas de estos sectores.

Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.

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Vivimos una crisis energética como la de los 70: las medidas de entonces que quizá veremos pronto

Estamos inmersos en una etapa inflacionista probablemente nunca vista en España. Al aumento de precios del pasado año por la salida de la crisis del COVID se suma una inesperada guerra en Ucrania que ha puesto el mundo patas arriba y los precios por las nubes.

Sobre todo, por la subida del coste de la energía. Al de la luz (ha llegado hasta 700 euros el megavatio) se une el de la gasolina, que en España ya ha rebasado la cota histórica de los dos euros por litro. Cifras nunca vistas que tienen temblando a los ciudadanos porque el problema no tiene pinta de acabar a corto plazo.

La dependencia europea del gas ruso y del petróleo está ya pasando factura, y nunca mejor dicho, a Europa, que no sabe cómo contener esta galopada de los precios. Porque si se veta el combustible ruso y se opta por importar de otros lugares, evidentemente los precios de otras fuentes de energía suben.

Vaya, una tormenta perfecta para dejar el bolsillo del consumidor temblando todavía más. ¿Se puede hacer algo para paliar esta situación? Josep Borrel ya ha recomendado contener el uso del gas en los hogares, ¿pero es esto suficiente?

Lo que pasó en los 70

El Gobierno está poniéndose manos a la obra ante el peligro que tiene esta situación en la economía española. Está claro que la guerra nos va a hacer más pobres, pero el objetivo es no dejar que sea demasiado.

Por ello, ha puesto sobre la mesa la posibilidad de poner en marcha una reserva de bienes estratégicos para no depender tanto del exterior y no perjudicar tanto a los ciudadanos cuando sucedan conflictos de este tipo.

Pero claro, hasta que esto se ponga en marcha, si es que sucede, la subida del coste de la vida no cesa. Por lo que quizá toque mirar hacia atrás en el tiempo para ver si podemos tomar ejemplo de épocas pasadas.

La situación más similar a la actual fue la crisis del petróleo de los 70. De hecho, fueron dos crisis seguidas que hicieron mella en el crecimiento tan grande que vivía España con la salida del franquismo (era el país de la UE que más crecía).

Una de las decisiones que se tomó en esa época fue subir los salarios al hilo de los precios, pero eso acabó condenando al Estado, que para no repercutir el coste de la energía en los consumidores en total lo asumió aumentando el déficit.

Por eso, cuando se puso en marcha el gobierno de Adolfo Suárez tuvo que atajar la situación porque todo se iba al traste. Así, se puso en marcha una política económica de restricción y contención, bajando sueldos y precios y con algo fundamental que ahora no podemos hacer: devaluar la peseta. El euro no lo permite, por lo que esta opción no es viable.

Una medida que dura hasta hoy es la del cambio de hora, para ajustar la producción y, la vida, en general, a las horas de luz e intentar ahorrar lo máximo posible. Pero eso ya no se puede volver a repetir.

Las medidas que impuso el mundo en una situación límite

Si bien hay medidas que se podrían copiar, aunque habría que poner todo el mundo su granito de arena para que surtieran efecto, pues hablamos de medidas duras, de racionamiento. Por ejemplo, en Estados Unidos los conductores de vehículos cuyas matrículas acabaran en número impar (o matrículas personalizadas) fueron autorizados a adquirir carburante solo en los días impares del mes, y la misma norma se aplicó a los propietarios de vehículos con matrículas pares.

Además, en algunos estados se utilizaron carteles y banderas de tres colores diferentes para indicar la disponibilidad de gasolina en las estaciones de servicio. Una bandera verde indicaba venta ilimitada de gasolina, una amarilla restricciones y racionamiento, y una roja indicaba que no se disponía de gasolina, pero la estación estaba abierta para otros servicios.

Por otra parte, Nixon redujo en 1974 el límite de velocidad a 90km/h y se creó una reserva de energía, lo que Sánchez quiere poner en marcha. Igualmente, el sector de la automoción tuvo que reducir el tamaño de los vehículos, para que gastaran menos.

En Reino Unido, por su parte, la situación fue tan dramática que el Gobierno redujo la semana laboral a tres días. Además, se prohibió iluminar escaparates, se limitó la actividad de bares y restaurantes y la televisión solo podía emitir hasta las 22.30 horas. El tráfico se convirtió en un caos, pues se apagaron los semáforos.

En Europa, de forma general, se pusieron en marcha medidas comunes en algunos países, como la prohibición de volar, navegar o conducir los domingos. De hecho, Países Bajos fue más lejos que nadie al imponer penas de prisión si se utilizaba el coche para algo que no fuera trabajar.

Así fue como, poco a poco, se pudo enmendar una situación muy grave. ¿Puede España poner en marcha medidas así? Se derrocha mucha al día y urge cambiar esa mentalidad, con mucha pedagogía e incluso alarma, pues la situación es grave y lo requiere. Pero, ¿será suficiente? ¿o tendremos que llegar a medidas tan drásticas como las vistas anteriormente?

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El legado de una crisis desigual

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La proximidad de una campaña de vacunación junto con los resultados registrados por los sectores que menos dependen del contacto humano, como la industria y los servicios profesionales, han despertado una cierta esperanza. La Bolsa lo ha celebrado con el mejor mes de noviembre de su historia. Asimismo, el incremento del número de afiliados a la Seguridad Social ha dado alas a la tesis de una recuperación que seguiría en marcha, pese a las restricciones de la segunda ola. Y la OCDE, en sus últimas previsiones, confirma que la economía global se recuperará en el nuevo año. La economía española sería una de las que rebotan con más fuerza, tras un devastador -11,6% en 2020, el peor resultado después de Argentina.

Pero esas expectativas podrían verse frustradas si no se extraen conclusiones de una de las principales características de la actual crisis, que es su carácter desigual. Es un hecho constatable en todos los países que padecen la pandemia que los sectores de la hostelería, la restauración y la cultura han sido duramente perjudicados. Según los datos de noviembre, estos sectores concentran cerca del 60% de todos los ERTE y buena parte de los autónomos que perciben una prestación por cese de actividad. También acaparan más de la mitad de los avales al crédito. El índice PMI, uno de los principales indicadores de coyuntura, apunta a un desplome acusado de los servicios en noviembre, mientras que la industria aguanta.

Gráfico 1

Gráfico 2

Fuente: Markits Economics y Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.

Una de las consecuencias de la desigualdad es la elevada concentración de los costes de la crisis en unos pocos sectores, en vez de repartirse por el conjunto del tejido productivo como en algunas de las anteriores recesiones. Esto entraña el riesgo de una acumulación insostenible de deuda y de quiebra de empresas viables. En su informe de estabilidad financiera, el BCE ha alertado precisamente de ese riesgo, y de su efecto en cascada sobre las entidades financieras.

Otra implicación es una demanda debilitada, ya que los hogares no reasignan todo el gasto embalsado de hostelería y restauración hacia otros bienes y servicios. Este sobre-ahorro se superpone al que proviene de la incertidumbre (ahorro precautorio). Todo ello redunda en un debilitamiento del consumo de las familias que no se puede contrarrestar con transferencias públicas. Estas solo generarían más ahorro improductivo en vez de estimular el gasto —salvo en el caso de las ayudas a los más desfavorecidos, como el ingreso mínimo vital, por su elevada propensión a consumir—.

Sin duda la extensión de la vacuna reducirá la incertidumbre y el miedo a desplazarse, alentando el turismo. Sin embargo, el daño que representa el cierre de negocios que se producirá hasta la llegada del antivirus es irreversible, sobre todo si, como parece previsible, nos enfrentamos a otras fases de apertura y cierre de la economía. Tampoco disminuye el riesgo financiero asociado al impago de la deuda de las empresas insolventes.

Por tanto, una pronta acción es necesaria para salvar empresas viables en los sectores más afectados, como ayudas al pago de alquiler o compensaciones a los negocios por pérdida de ingresos por razones de covid. Países de nuestro entorno como Alemania, Francia e Italia ya han respondido a la segunda ola con programas de ayudas directas a las empresas de entre 8.000 y 10.000 millones de euros, focalizadas en los sectores en dificultad.

Finalmente, ante la perspectiva de un cambio estructural en la demanda, también conviene facilitar la reasignación de recursos hacia nuevas empresas y sectores con potencial de crecimiento. Este es el momento de un gran esfuerzo de reciclaje y movilidad, tanto de trabajadores en ERTE como de parados de larga duración y autónomos cuyo negocio se extingue. El presupuesto público, como principal ariete, debe jugar un potente papel dinamizador de la inversión. La clave está en una expansión fiscal pronta y mejor calibrada de lo que aparece en los PGE, para superar una crisis desigual.

Este artículo se publicó originalmente en Comprar reseñas en Google

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